Su entusiasmo y su habilidad al volante nos condujeron sin contratiempos a través de la intacta campiña escocesa, salpicada de ciervos y faisanes, y por estrechas carreteras bordeadas de muros centenarios hechos a mano hasta las mejores destilerías.

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Su autocar, rebautizado especialmente como sala de degustación móvil para este viaje, nos llevó no sólo a varias destilerías en las que se nos permitió disfrutar del dorado producto final, sino también a una tonelería en la que todavía se valora mucho el trabajo artesanal. Uno de los momentos más destacados fue un inolvidable picnic bajo el antiguo puente de Craigellachie, construido en 1814. Aquí el salmón salvaje capturado localmente, preparado magistralmente por Jan-Dirk (con mayonesa japonesa), nos hizo olvidar a todos de casa.

El salmón fue, por supuesto, regado con un buen whisky de las Highlands, ya que el whisky era, por supuesto, el gran denominador común de este viaje y de Escocia en general.

Pero Escocia tiene mucho más que ofrecer, los arroyos balbuceantes, los hermosos paisajes de montaña, la deliciosa comida y la gente amable (aunque a veces ininteligible). En realidad, es una especie de conexión inexplicable entre todas estas cosas lo que hace que Escocia sea lo que es.

PartyZ, ¡gracias! Lo que debería haber sido un corto viaje de inspiración de tres días acabó siendo toda una vida de recuerdos, pero ahora que he vuelto durante una semana, tengo que concluir que no es sólo el whisky lo que se queda en el cuerpo más tiempo del que cabría esperar. Es Escocia, Escocia se te mete en la sangre.